Parodia Política

Rocío, Referí de la pelea en la Secretaría de Finanzas: ¡Aguas con las patadas bajas!

Por: Jorge Tolentino García.

La atmósfera en la oficina de la Gobernadora Rocío Nahle era densa, cargada de una tensión palpable. Miguel Reyes, el Secretario de Finanzas, y Pedro Miguel Rosaldo, el Subsecretario, se enfrentaban en una silenciosa guerra de miradas. La elegante oficina, normalmente un símbolo de poder y eficiencia, parecía un campo de batalla a punto de estallar. El conflicto entre ambos, una mezcla de ambiciones políticas y choques de personalidad, había llegado a un punto crítico. Rocío, cansada de las disputas constantes, decidió intervenir antes de que la situación se fuera completamente de control.

Rocío, con su café humeante en la mano, observó a los dos hombres. Su expresión era seria, pero detrás de la severidad se ocultaba una pizca de resignación.

—A ver, ¿qué tenemos aquí?— manifestó Rocío.— ¿Una lucha libre improvisada? Porque si es así, necesito palomitas. Necesitamos trabajar en equipo, no a golpes. Veracruz no se va a gobernar solo.

—Es que este…— dijo Miguel, señalando a Pedro Miguel— siempre está recortando mi presupuesto. Dice que es para optimizar, pero me deja sin lana para proyectos importantes. ¡Y eso que es para el bien del pueblo! ¡Para la cuarta transformación!

—Optimizar, sí— respondió Pedro Miguel con una sonrisa cínica.— Porque sus presupuestos parecen sacados de la lotería. Gastos que no se entienden, opacidad por todos lados… ¡Parece que está jugando a las escondidas con el dinero público! Y esas plumas de oro… ¿En serio?

—Esas plumas son un símbolo!— exclamó Miguel, con la vena de la frente a punto de explotar.— ¡Un símbolo de la prosperidad que vamos a lograr! ¡Y tú, con tus recortes, solo estás frenando el progreso! ¡Además, se rumorea que te quieres lanzar de candidato a Coatzacoalcos! ¡Con mi dinero!

—Al menos yo tengo un plan para Coatzacoalcos— replicó Pedro Miguel, riendo entre dientes.— Tú solo te preocupas por tu imagen y tus lujos. ¡Y esas plumas! ¡Qué tal descaro!

—Tú eres el que está jugando sucio!— gritó Miguel.— ¡Recortando programas sociales, dejando a la gente en la lona! ¡Eres un traidor a la cuarta transformación!

—Ya paren!— dijo Rocío, golpeando la mesa con la mano, haciendo que los dos hombres saltaran.— ¡Se están pasando de lanza! Antes de que esto termine a trompadas, vamos a hacer las paces a mi manera. Primero, pónganse en los zapatos del otro. Segundo, hablen claro, sin rodeos. Tercero, trabajen en equipo. Son un solo equipo, ¡caramba! Dejen de lado las peleas de patio de vecindad y piensen en Veracruz. ¡En la gente! ¡En la cuarta transformación!

Un silencio incómodo se instaló. Miguel y Pedro Miguel se miraron, como si se vieran por primera vez. Pedro Miguel se rascó la cabeza.

—Oye… tienes razón, Rocío— admitió Pedro Miguel.— Tal vez me pasé de listo con los recortes. Necesitamos trabajar juntos.

—Sí… y tal vez mis informes necesitan más… claridad— suspiró Miguel.— Debemos colaborar para que las cosas funcionen.

Se dieron la mano, un apretón que significaba más que una tregua. Rocío los observó, y una sonrisa lenta, casi imperceptible al principio, comenzó a extenderse por su rostro. No era solo una sonrisa de alivio, sino una sonrisa de triunfo. Había logrado algo más que una simple tregua; había presenciado un cambio de actitud, un entendimiento genuino. Sus ojos brillaban con una luz de satisfacción, el cansancio del día se desvanecía, reemplazado por la esperanza. La tensión en la habitación se disipó, dejando un espacio para la cooperación. Veracruz, al menos en esa oficina, respiraba un poco más tranquilo. La cuarta transformación seguía su curso, pero ahora, con menos patadas bajas y mucho más trabajo en equipo. Rocío tomó un sorbo de su café; la satisfacción le endulzaba el paladar. Había ganado la batalla, y con ella, una pequeña victoria para Veracruz.