Raymundo Riva Palacio/ejecentral
1er. TIEMPO: Sueños de grandeza. Dos años antes de terminar su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador tenía planeado convertirse en el líder de América Latina. Se sentía poderoso, superior a los presidentes de la región, confiado en que él, como interlocutor del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sería el canal al que todos recurrirían. Iluso e ignorante. Asesorado por alguien tan locuaz como él, Rafael Barajas, un monero de medio pelo de La Jornada que fue acercado a López Obrador por Carlos Monsiváis, le aconsejó que para mostrar su músculo cancelara su asistencia a la Cumbre de las Américas en Los Angeles en 2022, en protesta porque no se había invitado a los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, las únicas dictaduras del continente. López Obrador le envió una carta a Biden para exigirle que los invitara, pero fue ignorado. El embajador Ken Salazar le dijo que esperara sentado, porque no le iba a responder. López Obrador tuvo dudas al final sobre viajar o no, pero al final, con otras voces tan incultas en política exterior como él, le insistieron en que mantuviera su inasistencia, como prueba de fuerza y ejemplo latinoamericano. El resultado fue desastroso. Biden lo degradó de categoría como interlocutor. Su teléfono ya no estaría abierto para él, pero tampoco el de la vicepresidenta Kamala Harris. Tampoco el embajador plenipotenciario John Kerry, ni el del secretario de Estado, Antony Blinken, con quienes tenía la comunicación. Si quería algo, le dijeron, que lo hablara con Salazar. No fue lo único. Un mes después, en un viaje a Washington para hablar con Biden, López Obrador pensó que había ganado con su apuesta del sabotaje a la Cumbre, pero se topó con una sorpresa desagradable. Antes de entrevistarse con Biden, acudió a un desayuno a la residencia oficial de la vicepresidenta, Kamala Harris, en lo que creía que sería una reunión de trabajo. Harris no estaba acompañada y después de las formalidades le dio las coordenadas de dónde se encontraba escondido Rafael Caro Quintero, uno de los líderes del Cártel de Guadalajara que ordenó el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, y le exigió que lo detuvieran con un lenguaje tan duro y apremiante, que tres días después, lo capturaron. El mensaje que pretendía haber sido de fuerza para con sus pares latinoamericanos, se volvió en uno de debilidad y sumisión. Su inasistencia fue irrelevante, perdió interlocución y cuando Harris le golpeó sobre la mesa, obedeció. Tiempo después, lamiéndose aún las heridas, reconoció entre los más suyos, que no haber ido a Los Angeles había sido un error.
2º TIEMPO: Sus utopías utópicas. Si el 2022 fue un revés para sus sueños de grandeza, 2023 fue el tiro de gracia para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Fue en la Cumbre de América del Norte que se celebró en la Ciudad de México. Infatuado por ser el anfitrión, pensando en su proyección latinoamericana, López Obrador preparó su mensaje al presidente Joe Biden y al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau: adiós la integración económica norteamericana y que venga la integración total americana. Nada de economía de mercado, sino sustitución de importaciones. Que el norte arrastre al centro y sur de América Latina y que toda la región aprenda de sus megaproyectos, su refinería que no produce petróleo, su aeropuerto que no vuela y el Tren Maya que de pensarse como una aportación al turismo universal, se está quedando en un tramo como monorriel en Disneylandia, y el resto, si alguna vez jala, será de carga. Biden y Trudeau lo oyeron pero no lo escucharon. Nada de pensar en una integración como la Unión Europea, sino reforzar la competitividad solo en la región norteamericana. ¿Remolcar las economías de la región? En absoluto. En su lugar acordaron crear las cadenas productivas para enfrentar a China, y Biden le mandó decir a López Obrador poco después, con un funcionario de tercer nivel de la Casa Blanca, qué era lo que necesitaba Estados Unidos de México –minerales críticos, vehículos eléctricos y semiconductores– para garantizar su seguridad estratégica. De acuerdo, respondió. López Obrador guardó sus sueños bolivarianos y en la relación con América Latina se volvió prescindible. No fue un canal confiable con Venezuela, con quien Estados Unidos se arregló directamente con el régimen de Nicolás Maduro. Y cuando tras las fraudulentas elecciones donde se reeligió Maduro y se tensaron los bloques en conflicto –Rusia, Cuba e Irán del lado de Caracas–, los presidentes Luis Inazio Lula da Silva de Brasil, y Gustavo Petro de Colombia, invitaron a López Obrador a sumarse a una iniciativa para buscar una salida política negociada para Maduro. López Obrador tuvo reservas, por lo que para la segunda reunión ni siquiera participó, abriendo más la tumba de sus ambiciones de liderazgo latinoamericano. Es un misterio como el de la Santísima Trinidad saber qué pasaba por la cabeza de López Obrador, su esposa Beatriz –otra promotora ardiente de ese liderazgo–, el monero y otros farsantes a su alrededor, que pensaban que un presidente que no sale de su país, que carece de interés en la política exterior y que no tuvo una presencia internacional en todo su sexenio, podría ser reconocido por los demás. Todo ese grupo de soñadores pueriles despertaron feamente con la realidad.
3er. TIEMPO: Cobro de factura. La asistencia internacional a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum es la metáfora de la falta de respeto que le tienen en el mundo al expresidente Andrés Manuel López Obrador. A la asunción al poder de Sheinbaum, acudió un pequeño puñado de líderes de América Latina y del Caribe, que hasta hace muy poco tiempo pensaba López Obrador en convertirse en su guía. No asistió ningún europeo ni asiático. Salvo el presidente brasileño Luis Inazio Lula da Silva, no estuvo nadie representativo del G20, que reúne a las economías más fuertes del mundo, ni las cabezas del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, pese a que México es la duodécima economía del mundo. Se informó que asistirían los presidentes de Ghana y Libia, dos países africanos con quienes México tiene una relación política y económica inexistente. No hubo una representación poderosa de sus socios norteamericanos; la presencia de Jill Biden, en representación de su esposo fue meramente testimonial, no existió. Faltaron los cancilleres de Estados Unidos, Antony Blinken, y de Canadá, Mélany Joly, y ni siquiera la enviada del primer ministro Justin Trudeau, Chrystia Freeland, que negoció el segundo acuerdo comercial norteamericano y supuestamente había confirmado su asistencia, se apersonó. El vacío internacional que le hicieron a Sheinbaum fue notable. El número y la calidad del grueso de invitados se equipara a una toma de posesión en Centroamérica, pero nada más. El mismo día que rindió protesta como presidenta, se reunieron en Buenos Aires los presidentes de Argentina, Javier Milei, con quien inexplicablemente se peleó López Obrador después de insultarlo porque ganó la elección, y de El Salvador, Nayib Bukele, a quien le fue a vender peras al olmo en materia de seguridad y a aportarle 30 mil millones de dólares supuestamente para programas sociales que atacaran las causas de la violencia, con lo que compró bictoins. El vacío que le hicieron a Sheinbaum no fue por ella, sino por su antecesor. El cobro de facturas fue contra él, no a la nueva presidenta, que deberá restituir el prestigio de la diplomacia mexicana maltrecho y desecho por un presidente que quería que lo respetara el mundo como un líder que emulara a Simón Bolívar, pero que nunca dejó de pensar que después de México, todo era Cuautitlán.